10 de Agosto 1557: en la batalla de San Quintín, las tropas de Felipe II, compuestas por contingentes españoles, flamencos, alemanes e ingleses, derrotan a las francesas de Enrique II.
Desde finales del siglo XV: España y Francia competían por la hegemonía de la Europa occidental. Las fronteras pirenaicas, Navarra y sobre todo , Italia, eran fuente de continuas disputas. La llegada al trono de Carlos V agravó el problema El dominio que ejercía sobre Flandes, Luxemburgo, El Franco Condado y, más tarde el Milanesado hacia que el país galo estuviera cercado por un cinturón de territorios pertenecientes a los Habsburgo que no solo le amenazaban sino que impedían su expansión. Todo ello hizo que la guerra entre ambos estados fuese casi permanente, solo salpicada de breves treguas, más destinadas a reponer fuerzas que no a buscar una paz definitiva.
Francia rompió la frágil tregua que oficialmente existía e invadió Italia, atacando el reino de Nápoles por el duque de Guisa reforzando a las fuerzas papales, que ya combatían al Duque de Alba.
El clima en los campos de Flandes impedía, a diferencia de Italia que la guerra se desarrollase en invierno. Ello dio tiempo al nuevo rey de España ,que desde la abdicación de su padre residía en Flandes, a solucionar graves asuntos económicos, entre ellos la deuda de seis millones de ducados que había heredado. Aparte de renegociarla tuvo que buscar urgentemente dinero , tanto para proseguir la guerra en Italia como para prepararla en Flandes. Pidió ayuda a Juana ,su hermana, gobernadora de España en su ausencia, y a su padre el Emperador que estaba retirado en Yuste.
También viajó a Inglaterra para recabar el apoyo de su enamorada esposa, la reina María Tudor. A pesar de las limitaciones que establecía el convenio matrimonial, ella se las ingenió para darle todo el dinero que pudo(9.000 libras y 7.000 hombres al mando de Lord Permbroke) y , aprovechar meses después la rebelión de un noble apoyado por Francia ,declarar la guerra a Enrique II. Esto permitió a Felipe II disponer de más dinero y sobre todo, de tropas y barcos ingleses. La llegada milagrosa de una buena remesa de oro procedente de América permitió a Felipe II acabar de reunir el dinero necesario para afrontar la guerra.
Poco después, a finales de mes, comenzó la invasión de Francia: 42.000 hombres de los que 12.000 eran jinetes, iba bajo las órdenes del joven general, mientras que Felipe II avanzaba varios kilómetros más atrás, con unos 18.000 hombres de reserva, esperando a las tropas que aún habían que unírseles, en total 60.000 hombres, 17.000 jinetes y 80 piezas de artillería. De todo el ejército solo unos 6.000 hombres eran españoles. Los restantes eran flamencos, saboyanos, italianos y sobre todo, mercenarios alemanes. Entre los ayudantes del duque de Saboya destacaba Lamoral, duque de Egmont, que comandaba la caballería. Nunca antes se le había confiado un mando tan destacado y estaba entusiasmado por entrar en acción.
Tras penetrar en la Champaña, el ejército se dirigió a Rocroi con ánimo de sitiarla, pero sus importantes defensas les hicieron desistir de iniciar un asedio, de modo que siguió merodeando dando la impresión de no saber qué plaza atacar. A unos kilómetros, un ejército francés al mando de Anne de Montmorency, condestable de Francia, seguía sus evoluciones dispuesto a intervenir. Parecía que Gisa sería la ciudad elegida, y el general francés logró introducir en ella abundantes refuerzos, sin que ello pareciera molestar el duque de Saboya. Pero una noche, a principios de agosto ordenó al conde de Egmont dirigirse con su caballería a cercar S. Quintín, localidad de la Picardía francesa, ciudad fortificada a unos 15 km de distancia . La sorpresa era crucial para que el enemigo no pudiese introducir auxilios en la ciudad. Al amanecer se descubrió el engaño: se había logrado cercar una plaza con muy pocos defensores.
el condestable de Montmorency envió a su vanguardia a inspeccionar S. Quintín. Unos 6.000 franceses se acercaron a la orilla del río, mientras el duque de Saboya proseguía el sitio sin darles importancia. Viendo que no era atacado ni molestado en sus tareas de observación, el capitán francés dedujo que las fuerzas de Felipe II no eran tan fuertes como se pensaba. Con esta impresión volvió a su campamento y el ejército galo se dispuso a avanzar.
Los 20.000 hombres del condestable de Francia (6.000 de ellos jinetes, mandados por Nervers) llegaron a la orilla del río tras unas agotadoras marchas y avistaron la ciudad, fue el 10 de agosto de 1.557, festividad de S. Lorenzo. Sus cañones empezaron a batir de inmediato el campamento sitiador, mientras llegaban al rió cientos de barcas que habían requisado para que sus soldados pudieran cruzarlo. El plan era atravesar lo más rápidamente posible el Somme, al oeste de S. Quintín y, que miles de hombres pudiesen reforzar la guarnición de la ciudad. Por desgracia para ellos, el cruce del río en las barcas sobrecargadas, que con frecuencia se varaban en los fondos cenagosos se convirtió en una tarea muy lenta, un nuevo grupo mandado por Andelot, que cruzó con éxito el río, se toparon con los arcabuceros del duque de Saboya, apostados en la otra orilla del río, disparando sobre ellos con total impunidad, causando una cuantiosa matanza. De los que alcanzaron la otra orilla, muchos de ellos lo hicieron heridos y con las armas mojadas. Sólo unos 300 pudieron penetrar en la ciudad, aunque sin armas, suministros o munición, y el mismo Andelot, resultó herido.
Mientras la infantería gala se empantanaba en el río, el duque de Saboya ordenó al conde Egmont y sus jinetes cruzarlo más arriba sin que el enemigo se percatase. Ello fue posible por el escaso caudal que llevaba el Somme en el verano. Se pudo levantar un puente sobre barcas que, camuflado, pasó inadvertido a Montmorency. La caballería cruzó el río, se escondió tras unas colinas y esperó. Después comenzó bien a la vista, a cruzar por un puente más cercano toda la infantería del duque de Saboya que no era indispensable para mantener el sitio, con mil jinetes más. El general francés respondió enviando a su caballería. Había caído en la trampa. Cuando los caballos franceses estaban a punto de acometer a la infantería del rey español, Egmont cargó por la espalda y el flanco de los confiados galos, que se vieron copados entre dos fuegos: los caballeros de Egmont y las fuerzas del duque. El condestable comprendió la treta y mandó hacer retroceder a sus caballos. Después ordenó a su infantería que estaba tratando de cruzar el río, que volviese atrás para hacer frente al ejército del duque de Saboya, que se le echaba encima.
La batalla
A Montmorency solo le quedaba la opción de la retirada. Había calculado mal la opción de su enemigo para cruzar el Somme y ahora solo le quedaba salvar el máximo de fuerzas, confiando en que la ciudad pudiese resistir por sí sola. Pero su infantería estaba muy agotada por los combates en el río , lo que hizo que la marcha fuera muy lenta A la cabeza iban los cañones, detrás los infantes, muchos de ellos heridos, los carros, y, en retaguardia la caballería, que trataba de proteger toda la comitiva. El objetivo era alcanzar los montes de Montescourt, en donde el condestable esperaba reorganizar la defensa.
El duque de Saboya, por su parte, advirtiendo el desgaste enemigo y su lenta retirada, decidió buscar la batalla campal para obtener una victoria rotunda. Ordenó a parte de la caballería de Egmont que se adelantase por los flancos al ejército francés en retirada y se situase delante de los bosques a los que pretendían llegar. De ese modo al cortarles el camino les obligaría a presentar batalla. Mientras tanto, con otras unidades montadas no dejaba de hostigar a la retaguardia francesa lo que forzaba a los galos a detenerse una y otra vez para frenar los ataques.
Por fin, tras tres horas de una agotadora marcha, el ejército francés llegó a las inmediaciones del bosque, pero cuando creían que estaban salvados se detuvieron en seco. Allí estaban 2.000 jinetes cortándoles el paso. El condestable de Francia supo que no le quedaba otra opción que combatir. Su situación era desesperada; era imposible transformar en breve tiempo ,una caravana desorganizada, agotada y en retirada en una formación de batalla. Aun así, logro situar lo que quedaba de su caballería en las alas, sus mercenarios alemanes en vanguardia y él, junto con los veteranos gascones, en retaguardia.
Para no dar tiempo a que se organizase la defensa, empezó el ataque de los 8.000 jinetes de Egmont, con él al frente. Detrás venía la infantería del duque de Saboya que mandaba el centro; en el ala derecha se encontraban Mansfeld y Horne, y el ala izquierda iba a cargo de Aremberg y Brunswich. Los jinetes atacantes desbandaron a los defensores de los carromatos y cañones, y comenzaron a desgastar a la infantería sin que la exhausta caballería gala pudiese frenar la acometida. Poco a poco los cuadros empezaron a romperse y por sus grietas, irrumpieron las monturas atacante. Los arcabuceros españoles, con sus contantes descargas, destrozaron sin parar las filas galas. Ante el desastre, los 5.000 mercenarios alemanes se rindieron, hecho que coincidió con la llegada a la batalla del duque de Saboya y sus infantes. A Montmorency solo le quedaban sus gascones, que enseguida se vieron castigados por fuego de arcabuz y metralla.
Todo acabó en cuestión de una hora. La carnicería fue espantosa. Los vencidos contaron más de 6.000 muertos, entre los que había 300 prisioneros de la nobleza y entre los cuales se hallaban los duques de Montpensier y de Longueville, el príncipe de Mantua, el mariscal de Saint André y Rhingrave, con otros grandes señoresy entre los muertos se hallaba el señor de Enghien y capturadas más de 50 banderas y toda la artillería. Los prisioneros fueron 7.000, entre ellos Montmorency, herido, que en vano había buscado el combate personal para morir con honor. Fue capturado por un soldado español de caballería, llamado Sedano, que por este hecho recibió un premio de 10.000 ducados, repartiéndolos luego con su jefe, el capitán Venezuela. Los 5.000 mercenarios alemanes fueron repatriados a cambio del juramento de no servir bajo banderas francesas por un periodo provisional de seis meses. Otros 6.000 lograron escapar aprovechando el fragor de la batalla. Las bajas de las fuerzas de Felipe II apenas fueron de mil hombres, entre muertos y heridos.
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