Historias de la Historia de España. Capítulo 6; Érase un 28 de Septiembre; Dos batallas y un puente.

puente de alcolea 1
La batalla del puente de Alcolea de 1808 es una batalla de la guerra de la Independencia española. Se trató de la primera batalla campal en Andalucía entre un ejército español más o menos organizado y las fuerzas francesas.
Entre mayo y junio de 1808, parte del ejército francés se dirige al sur peninsular intentando acabar con las últimas posiciones de resistencia españolas, entre ellas la nueva capital, Cádiz.
Ni qué decir tiene que en la España decimonónica los caminos eran muy precarios. España se vertebraba a través de los caminos reales. En la Andalucía occidental, el camino real bajaba desde Despeñaperros a Bailén y de allí a Córdoba y Sevilla. En la actualidad, gran parte de ese recorrido se encuentra bajo la carretera N-IV. Los antiguos puentes sobre el Guadalquivir, como éste que presentamos de Alcolea, han quedado relegados de las vías principales, si bien la pericia y estilo de los maestros constructores de tiempos pretéritos a veces aún saca los colores a los modernos arquitectos y sus funcionales estructuras de hormigón.
El puente de Alcolea, mandado construir por Carlos III y terminado en 1792 era un punto estratégico en las comunicaciones andaluzas, ya que su plataforma sobre el río abría la puerta de la ciudad de Córdoba. Seguro que cuando fue construido, nadie pensó que se convertiría en escenario de dos batallas históricas, de cuyo resultado iba a depender el destino del país.
El siete de junio de 1808, tan sólo unos años después de la construcción de este puente y con la sangre de los amotinados madrileños todavía caliente, las fuerzas del general Dupont fueron rechazadas en el puente de Alcolea por los voluntarios al mando de Pedro de Echávarri. Se podría decir que esta primera batalla fue poco importante, pero en realidad impidió a Dupont entrar en Córdoba y hacerse fuerte allí, por lo que el ejército francés tuvo que retirarse hacia la ciudad jienense de Bailén, donde se encontrarían con el ejército español del general Castaños y con un terrible destino.
un 6 de junio de 1808, el capitán de fragata Baste, oficial del cuerpo de Infantería de Marina del Ejército Imperial de Napoleón, se hacía visera en los ojos con la mano. El sol del amanecer de un 7 de junio de 1808 dibujaba las sombras de 60 soldados españoles, mal armados y peor equipados, agazapados en una trinchera improvisada que protegía la entrada al Puente de Alcolea. El capitán Baste arreó su caballo, dio media vuelta y levantó una columna de polvo en una inmensa llanura a orillas del Guadalquivir. Minutos después, llovía fuego de artillería sobre la pequeña aldea de Alcolea. La ciudad de Córdoba se asomaba al precipicio de los días más trágicos de su historia contemporánea: una batalla perdida, un saqueo y muchos muertos. La primera batalla a campo abierto entre soldados españoles y franceses durante la Guerra de la Independencia no dejó restos en el camino a Córdoba, en la ruta que precipitadamente tuvieron que tomar los más de 20.000 voluntarios -la mayoría paisanos con una nula formación militar- cuando los cañones franceses segaban vidas y cuando el horror en forma de sablazos, bayonetazos y arcabuzazos provocaban la huida de un ejército que unas horas antes daba vivas a Fernando VII y mueras a Napoleón. Anochecía el 6 de junio de 1808 cuando Córdoba se preparaba para su particular y también sangriento 2 de mayo.
Las huellas de aquellos trágicos días en Córdoba se han disipado. Los testimonios no abundan, tampoco los escritos, salvo un monográfico editado en 1924 por Miguel Ángel Ortí Belmonte, archivero del Ayuntamiento de Córdoba, que durante años estuvo recopilando documentos y testimonios sobre lo ocurrido en Córdoba en aquel terrible mes de junio de 1808. En aquella fecha, la ciudad apenas acogía a 40.000 habitantes en un casco urbano que no superaba el perímetro de sus murallas (todavía hoy se conservan algunos lienzos). 40.000 personas que conocían por rudimentarios correos a caballo los sucesos del 2 de mayo en Madrid, que recibían órdenes de acoger con la mejor hospitalidad del mundo a un ejército francés que dormiría en Córdoba en son de paz y que se preguntaba qué estaba pasando con sus reyes, que abdicaban, renunciaban a su corona. El 26 de mayo de 1808 se desató el odio al francés. Ese día, a las 13:00, un oficial español llegó a caballo a Córdoba dando vivas a Fernando VII. El militar traía un mensaje de Sevilla y solicitaba a Córdoba que se uniese a la sublevación contra Francia. Mientras tanto, una columna de 10.000 franceses al mando del general Dupont marchaba hacia Andalucía para pacificar la región. El Corregidor de la ciudad, desde el balcón del Ayuntamiento, solicitó los pareceres de la ciudad. Unos -los más moderados- expusieron que Córdoba carecía de defensas y de ejército, y que era mejor huir a Sevilla para organizar una resistencia más contundente. Los más exaltados optaron por organizar un ejército para resistir en Córdoba al enemigo francés. Ganaron. Esa misma noche, se publicó un bando llamando a filas a todos los cordobeses de 15 a 18 años y se encargó a Pedro de Echávarri, general de vanguardia de Andalucía, la organización de este improvisado cuerpo militar.
La llamada a las armas -la mayoría clamada desde los altares de las iglesias- corrió como la pólvora por la provincia. En un par de días llegaron a Córdoba 1.500 hombres de Montoro, 191 jinetes de La Carlota, 500 voluntarios de Cabra, un batallón de 800 hombres de Écija, 5.000 milicianos reclutados en los alrededores de Lucena, militares profesionales de Ronda y un batallón de suizos desertores de la columna de Dupont. Muchos soldados, mucho valor, muchos vivas a Fernando VII y poca formación militar y menos armas para enfrentarse a la máquina de matar de Francia. Hacía un par de años que Dupont y sus veteranos habían vencido a un ejército profesional de prusianos que los triplicaba en número. Sevilla mandó cuatro cañones, un obús y 3.000 fusiles para 20.000 soldados españoles. Nada de sables ni de bayonetas. Se sustituyeron por navajas, cuchillos de monte y largas garrochas con una punta afilada. Córdoba se había convertido en una auténtica plaza militar donde el redoble de tambores y el sonido de cornetines despertaba el ardor guerrero de los voluntarios. En la tarde del 5 de junio, este ejército improvisado se puso en marcha de forma más o menos formal. A su vez, la columna de Dupont dejaba Andújar y alcanzaba El Carpio. El 6 de junio, los arrojados cordobeses tomaban posiciones en Alcolea. Apenas había amanecido el día 7 cuando llegaron los franceses. Siete horas después, los 20.000 milicianos cordobeses se batían en retirada. Los franceses los perseguían mientras pasaban a cuchillo a un centenar de vecinos de Alcolea que se aferraban a sus pequeñas propiedades. Las murallas de Córdoba se cerraban. La soldadesca huía a Sierra Morena con estrépito. La ciudad se quedaba indefensa.

Los militares Prim y Topete formaron Juntas Provinciales las cuales se encargaron de movilizar a la población mediante promesas de sufragio universal, de eliminación de impuestos, del fin del reclutamiento forzoso y de una nueva constitución. Lideraron una sublevación en Cádiz contra el gobierno de la reina Isabel II.

Antecedentes: Revolución «La Gloriosa»

En esta situación estalló la revolución de 1868, conocida como La Gloriosa. La ciudad de Cádiz volvía a ser el origen de una revolución, ya que el 19 de septiembre de 1868 el brigadier Topete encabezó un alzamiento tras ponerse al mando de la flota fondeada en Cádiz. Los sublevados difunden un manifiesto titulado «España con honra», en el que exponían las razones de su levantamiento, que no eran otras que la demanda de reformas políticas. En el manifiesto se pedía que tras exiliarse la reina se fundara un nuevo gobierno sin exclusión de partidos.
El reinado de Isabel II se había distinguido por la penuria económica y la pérdida de influencia exterior. Para colmo, los moderados llevaban veinte años atrincherados en el poder, marginando a los liberales y fomentando la aparición de grupos más radicales como los republicanos. En 1868 el descontento se materializó en un nuevo pronunciamiento. De nuevo la rebelión liberal nacía en Cádiz.
En su camino a Madrid, los rebeldes, fueron interceptados por las tropas monárquicas al mando del general Pavía. El 28 de septiembre de 1868 se produjo la batalla en la que el Duque de la Torre, Francisco Serrano, con los generales Caballero de Rodas, Izquierdo y Rey derrotaron a las tropas fieles a Isabel II mandadas por el general Marqués de Novaliches, que resultó herido en la mandíbula por lo que se acuñó la cancioncilla popular cuya letra decía…
El general Novaliches
en Córdoba quiso entrar /
y en el puente de Alcolea
le volaron las «quijás»…
Y también esta otra:
¿Qué es aquéllo que reluce
en lo alto de aquél cerro?
la «quijá» de Novaliches
que la está royendo un perro…

Despliegue del ejército monárquico
El ejército de Novaliches estaba compuesto por dos divisiones de Infantería, una división de caballería, una brigada de artillería con 32 cañones de campaña, una brigada de vanguardia y algunas unidades auxiliares menores, con un total aproximado de diez mil hombres. Los rebeldes, bajo el mando del general Serrano, formaban un ejército de tamaño similar, aunque con menos artillería. Entre unos y otros se estima que en total participaron en la batalla unos diez y ocho mil hombres, dos mil caballos y sesenta piezas de artillería.
Novaliches planteó su despliegue en dos columnas, una por la carretera de la margen derecha del Guadalquivir para caer por la espalda del puente en la localidad de Alcolea defendido por las tropas del general Serrano, fortificadas a sabiendas de que las circunstancias que reinaban en el resto de España en aquellos momentos jugaban a su favor. La otra columna realista avanzó por lo que hoy es la antigua nacional IV, desde la estación de El Carpio, Las Cumbres, la estación de Los Cansinos y la Vega de Alcolea para llegar de frente al puente.
El 28 de septiembre de 1868 ambos ejércitos se encontraron. Novaliches realizó un ataque frontal que fue contenido por las tropas rebeldes de Serrano. Para evitar la desmoralización de sus tropas, Novaliches en persona decidió acudir a la vanguardia, siendo herido gravemente en la cara por metralla. El general de estado mayor Jiménez de Sandoval tomó entonces el mando y al anochecer, ordenó retirarse a las tropas y comenzó las negociaciones. En total, hubo unas mil bajas entre muertos y heridos.
Esta derrota forzó la renuncia de Isabel II, que huyó a Francia. El Ayuntamiento de Córdoba concedió unas bovedillas en el Cementerio de San Rafael, para enterrar a los jefes y oficiales muertos en esta batalla.
España tenía por delante un sexenio revolucionario, el breve reinado de Amadeo de Saboya y la efímera Primera República.
Y todos estos acontecimientos se decidieron en la batalla del puente de Alcolea, este viejo y sólido puente que aún resiste el paso del tiempo para seguir contándonos su historia.

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