«Retratos de Españoles ilustres» Josef Pellicer.

pellicer
José Pellicer de Ossau Salas y Tovar, (Zaragoza, 26 de abril de 1602 – Madrid, 16 de diciembre de 1679), fue un historiador, filólogo y poeta español.
De origen aragonés, se destacó por sus comentarios a la obra poética de Luis de Góngora, de la que fue uno de sus más cualificados exégetas. Fue Cronista Mayor de Castilla y posteriormente de Aragón, con lo que se le reconoció su labor de historiador. Cultivó asimismo la poesía, en la que adoptó el estilo gongorino.
Nacido de noble familia originaria del Valle de Tena (Huesca), hijo primogénito, y como tal, señor de las casas de Pellicer y de Ossau, su padre Antonio era aficionado a las letras y compuso un Poema de la Batavia rebelde y un Epítome de las Historias de Garibay, con lo que el hijo se aficionó también a las letras antes de que muriera en 1616 tras haber servido con las armas a Felipe II; de todos los hijos que tuvo sobrevivieron siete, incluido el propio José. Éste estudió Gramática en Consuegra con Juan García Genzor y más tarde se traslada a Salamanca, en cuya Universidad estudia Cánones y Leyes. Más tarde marcha a Madrid, donde estudia Filosofía en la Universidad de Alcalá de Henares; casó con Sebastiana Ocáriz, de la que tuvo muchos hijos y enviudó, para casarse otra vez con 63 años.
Fue un excelente latinista, y conocía bien el hebreo, el griego clásico, el italiano y el francés, es decir, las principales lenguas de cultura de la época (aunque de ello se burló Lope de Vega en su Laurel de Apolo, pues el personaje era también bastante vanidoso). Gozó de gran fama, y en 1629 fue nombrado Cronista de los Reinos de Castilla y en 1637, Cronista de Aragón, cargo que habían desempeñado ilustres antecesores, como Jerónimo Zurita o Lupercio Leonardo de Argensola y su hermano Bartolomé Leonardo de Argensola. En 1640 es nombrado Cronista Mayor del Rey, al servicio de Felipe IV.
Experto genealogista, actividad muy apreciada en su tiempo, destacó también como historiador y escritor de obras literarias, especialmente de poesía. Como poeta su estilo es gongorino, pues fue admirador y defensor del gran poeta cordobés. En su defensa de los poemas mayores de Góngora, polemizó con Lope de Vega y Quevedo.
Como literato, además de los escritos polémicos, es autor de poemas de tema mitológico, como el Rapto de Ganímedes (1624), en ciento veinte coplas, o el Poema de Lucrecia (1622), de asunto histórico. Tradujo en 1626 el poema Argenis y Poliarco, de John Barclay, obra leída y admirada por Baltasar Gracián.
Se le considera uno de los precursores del periodismo en España, con sus Avisos históricos, que relatan sucesos de actualidad ocurridos de mayo de 1639 a noviembre de 1644, en parte recopilados, en forma de antología, por el profesor Enrique Tierno Galván.1 Los Avisos históricos recogen un amplio caudal de noticias de carácter nacional e internacional que suponen una importante fuente de información política y social de unos años claves para la monarquía española presididos por la sublevación de Cataluña y la de Portugal.
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(…) [1] ó llevado de su facilidad misma, ó estrechado de la necesidad, vino á convertir en oficio la prerogativa y gloria de escritor.
El particular estudio que habia hecho de algunos ramos de nuestra antigüedad histórica, ó mal examinados por los cronistas, ó desfigurados por los impostores, le proporcionó el empleo de Cronista mayor de Castilla á los veinte y siete años de su edad, en que sucedió á Antonio de Herrera. Habiendo vacado en 1636 la plaza de Cronista de Aragón por muerte de D. Francisco Ximenez de Urrea, la Diputación de aquel Reyno le eligió sucesor suyo: y en 1640 le nombró el Rey su Cronista mayor de todos los Reynos de la Corona de Aragón, condecorándole después con el hábito de la Orden de Santiago. El desempeño de tan honoríficos cargos, y la fama que con ellos debe andar unida, fuéron causa de verse distinguido del Gobierno, buscado de los Señores, y zaherido de algunos literatos.
Los cuidados domésticos en la manutención y crianza de sus hijos, habiendo sido casado dos veces, no solo no interrumpiéron sus tareas, ántes las avivaron, obligándole á consultar en ciertos casos mas con los socorros que le ofrecía la prensa, que con la importancia y calidad de sus obras. Esta seria la causa de haber empleado con preferencia su tiempo y sus desvelos en tanto número de relaciones, informaciones, y justificaciones de genealogías, succesiones, y noblezas de familias, y en tanta copia de otras composiciones en prosa y verso, tan várias por sus objetos, como estrañas por sus títulos, de urnas sacras, mármoles triunfales y pirámides baptismales, cadenas historiales, anfiteatros &c.: sobrescritos de la adulación y pedantería de su tiempo. También debemos confesar que si sus escritos fuéron muchos, muchos mas fuéron los elogios que hicieron de ellos algunos doctos sus contemporáneos; y no faltó quien tuviese la paciencia de formar de todos un volúmen. Sin embargo de tan antigua y pomposa recomendación; en estos tiempos, en que han variado el gusto y el criterio del público, los escritos de Pellicer son menos leídos, y mucho menos elogiados, excepto un corto número, en que se interesan el lustre de la monarquía, la grandeza y verdad de la historia, y el juicio de la nación.
Perdonándole su estilo, que descubre el oropel é hinchazón de su tiempo en los hipérboles y metáforas, y las alabanzas que no se descuidó de darse á sí propio, á que alguna vez le obligarían la sinrazón y mordacidad de sus contrarios; se debe contar á D. Josef Pellicer entre los hombres de letras, á cuyo ingenio, estudios, y vasta erudición debe mas la historia eclesiástica y civil de España en el siglo décimo séptimo: siendo dignos de gratitud y alabanza el zelo, la constancia, y esmero con que luchó contra los que sostenían la falsedad de los Marcos Máximos, Julianos, Liberatos, Aubertos, y otros fingidos cronicones. En esta guerra literaria sacrificó sus vigilias ocho años continuos, los postreros de su vida, que acabó en Madrid á 16 de diciembre de 1679 con la pluma en la mano, dando la última á algunos escritos, para cuya publicación le faltaron caudal y dias, con haber sido tantos los que le concedió el Cielo.
1 Falta la página correspondiente a la primera parte de este epítome.
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944. Retrato de José del Campillo, ca. 1803

Grabado de Manuel Alegre por dibujo de Juan Alonso.

356 x 241 mm. Cobre; aguafuerte y buril, talla dulce.

Dib. para grabar, Calcografía Nacional, D. 83.

Formó parte del decimoséptimo cuaderno.

Ref. Catálogo de los dibujos de la Calcografía Nacional, op. cit., n. 5, p. 54.

Lámina acerada en 1896.

Ingresó en la Real Calcografía en 1803.

R. 2862.

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