La peregrinación a Jerusalén de Don Fadrique Enriquez de Ribera.

Fadrique Enríquez de Ribera
La tierra prometida de leche y miel. El ombligo del mundo conocido.  El jardín de las delicias. Todo eso y mucho más simboliza Jerusalén. La ciudad moral, alegórica y perfecta de las grandes religiones monoteístas. Puesto que para la tradición cristiana era el Paraíso Terrenal, escenario de la pasión de Cristo, donde se cumplirían las predicciones apocalípticas. Para la judía, alguna de sus puertas, daría paso al infierno donde ardía la ira de Dios. Para la musulmana, que situaba en la Mezquita de Omar la ascensión de Mahoma a los cielos, también dos entradas de signo contrario conducían al frescor del oasis divino o al fuego devorador del abismo. Las tres confesiones abrahámicas estimaban la Ciudad Santa como el microcosmos del Edén. Adonde allegaban los peregrinos para alegrar el corazón; recomponer el cuerpo; elevar el espíritu. La cruzada pacífica a los paisajes de Tierra Santa. La Odisea al Paraíso^.
En pleno Renacimiento, el Marqués de Tarifa, a la sazón don Fadrique Enriquez de Ribera, peregrina desde Sevilla a Jerusalén. La nobleza católica del Cinquecento había heredado la concepción medieval del cristiano como homo viator, transeúnte por esta vida hacia la salvación eterna, cuyo trasunto mundano era caminar «por vía de paz» a la Tierra Santa de la Promisión. Tanto de la semántica latina, donde la palabra peregrinatio deriva de per ager («por el campo»), como del verbo árabe hajj («ir a»), puede deducirse la definición del peregrino como un viajero que abandona su casa, toma una ruta y llega a un lugar sagrado. Es allí donde se encuentra con el misterio religioso. De manera que los périplos por via sacra se consideraban actos meritorios que escenificaban lo que sería el viaje final de todos los fieles. El paso de las almas a los espacios que les deparaba la geografía de la eternidad.
En esta convicción hallaremos durante siglos a creyentes de diferentes estamentos, arropados por crecidos caudales o despojados de bienes materiales, enfilando la marcha hacia los grandes santuarios de la Cristiandad y las modestas ermitas locales. Y es que los teólogos hacían un distingo entre las peregrinationes maiores, dirigidas a los lugares sacros de las Ciudades Santa, Eterna y Compostelana, y las peregrinationes minores, que serían todas las demás^. Dante Alighieri nos lo recuerda mediante su «dulce estilo nuevo» en su obra Vita Nuova (1293):
Al cabo del tiempo, peregrinos y romeros pasarán a ser términos sinónimos, aplicados en el lenguaje coloquial a todos los fieles que se desplazaban para visitar lugares sagrados. Además, tanto en los tratados de la mística de la peregrinación como en los diarios de viaje, a veces se hacía mención a las visitas consecutivas a los santuarios mayores y a las capillas marianas, combinándose así los distintos destinos mistéricos. Metas y rutas que formaban parte de la cultura cristiana del peregrinaje, en la que los viajeros empleaban como lengua universal el latín, encomendándose a los mismos santos protectores de los caminos, ora Santiago ora San Cristóbal.
Ahora bien, de la misma naturaleza romera participaban los descubridores del Nuevo Mundo, que, en paralelo a la expedición de don Fadrique Enriquez a Palestina, surcaban el Atlántico ampliando el mapa ecuménico moderno. Pues si bien desplazaban a la Ciudad Santa del centro del mundo conocido, algún resabio de memoria jerosolimitana guardaban esos peregrinos del mar, cuando el propio Cristóbal Colón creyó encontrar el Jardín del Edén en las Indias. Y, no obstante el ansia de riquezas materiales que anidaba en los expedicionarios, el Almirante no se olvidará de las gracias espirituales que podían ser recuperadas con estos nuevos recursos, anotando en su diario:
«Y aquello (la obtención de oro) en tanta cantidad que los reyes antes de tres años emprendiesen y aderezasen para ir a conquistar la Casa Santa, que asi protesté a Vuestra Alteza que todas las ganancias de esta mi empresa se gastasen en la conquista de Jerusalén»^.
Es cierto que los cortesanos y aún los reyes esbozaron una sonrisa ante este «colombinismo». Pero no lo es menos que el Monarca Católico nunca renegará del título de Rey de Jerusalén y que la Cruzada subsistirá como soporte ideológico de la geoestrategia política. El Viejo Mundo por el que peregrina el Marqués de Tarifa estaba postergando a la Tierra Santa como Edén terrenal. La Odisea al Paraíso navegaba ya por los océanos del Orhis Terrarum.
 La cruzada pacífica bajomedieval
 Las peregrinaciones a los Santos Lugares se habían convertido para los fieles cristianos de la Baja Edad Media en una suerte de «cruzada pacífica». De manera que podemos asignar caminos inversos a la cruzada y a la peregrinación. La primera pasó de ser una peregrinación pacífica en sus orígenes a convertirse en una guerra santa en su desarrollo medieval. En cambio, la segunda, mudó de itinerario místico a cruzada pacífica en los siglos modernos^. No olvidemos que las expediciones militares eran también peregrinaciones a Tierra Santa, en las que los cruzados gozaban de indulgencia plenaria, donde los muertos en combate se consideraban mártires. En ellas, la motivación era la salvación colectiva, la gloria inmediata. Y sólo al remitir el entusiasmo inicial de las Cruzadas, al desmoronarse los reinos latinos de Oriente, será cuando los peregrinos marchen en pos de la salvación individual de sus pecados. La nueva sensibilidad cultural de la Europa del Quattrocento se manifestará, entre otros órdenes, en los diarios de los peregrinos. Merced a estos testimonios detectamos los cambios operados en las romerías a Tierra Santa. Ello nos lleva a hablar de un nuevo panorama viajero que afectará a las rutas, los transportes y las actitudes receptivas de los musulmanes custodios de los Santos Lugares. Los itinerarios se hicieron más regulares y estacionales, prefiriéndose el marítimo sobre el terrestre, así como los meses estivales a los demás. La caída de Constantinopla en poder otomano, su avance hacia Viena y la Península Itálica, hizo inseguros los caminos, al tiempo que se infestaron las aguas mediterráneas de naves berberiscas al servicio de la Sublime Puerta. De resultas, los vehículos más utilizados serán naos y galeras fletados en Génova y, sobre todo, desde Venecia, que se especializa en estos périplos hacia Palestina. Esto se debió a una esmerada organización de los servicios de la ciudad, junto a una oferta naviera adecuada, en torno a las cuales el Senado dictará leyes para regular los contratos entre patronos y viajeros y vigilar su correcta aplicación. Por fin, los gobernantes musulmanes de Tierra Santa, mamelucos desde 1250 y otomanos desde 1516, no renunciaron a ser la nemesis del Imperio español y de sus aliados cristianos en el Mediterráneo. Pero esto no fue óbice para que se percataran del notable negocio peregrino, concretado en el cobro de tributos por visitar templos y estaciones a los palmeros, junto a la derrama de caudales por alojamiento, manutención y desplazamientos extraordinarios.
En esta tesitura de mudanzas, los relatos de las peregrinaciones reflejan la inquietud espiritual del momento, pero también dejan entrever que los motivos del viaje no fueron siempre religiosos. Así, por poner algunos ejemplos, a principios del siglo XV los  nobles Gilberto de Lannoy y Bertrandon de la Broquiere, se adentraron en tierras anatolias y siríacas con una década de distancia entre ambos, disfrazándose con el hábito y el bordón hasta infiltrarse en una caravana árabe procedente de La Meca. Les habían financiado las expediciones los duques de Borgoña para que recabaran en secreto información militar. El objetivo último de sus misiones era sopesar la posibilidad de una nueva cruzada contra el creciente Imperio otomano que amenazaba a Europa.
De tintes caballerescos fueron los recorridos del conde de Warwick tal como recogen los detallados dibujos de su diario. Este partió de Inglaterra en 1408 y alcanzó en galera las costas palestinas. Como correspondía a un noble cristiano, a imitación de sus pares romeros, ofreció su escudo de armas en la iglesia del Santo Sepulcro. En prueba de la cortesía anfitríona, el lugarteniente del Sultán le obsequió con un ágape y le colmó de regalos, devolviendo el inglés la invitación a las autoridades mamelucas. A su regreso a Europa participó en cuantos torneos le salieron al paso y culminó su peregrinación armada tomando parte en la cruzada teutónica.
Con pinceladas más tradicionales se nos pinta la narración de Nompar de Caumont. Dicho aristócrata aquitano embarcó en 1419 en Barcelona y, tras una escala en Rodas para obtener la compañía de un freyre de San Juan que gozaba fama de santidad, aquél le sirvió de testigo cuando fue armado caballero en el templo del Santo Sepulcro. De todo ello dará cumplida noticia en su viaje de regreso por Chipre, Sicilia y Francia^.
Más fantásticas y exploradoras fueron las famosas andanzas de Pero Tafur, quien entre 1435 y 1439 no sólo pisó Tierra Santa, sino que recorrió ciudades islámicas y bizantinas, repúblicas italianas y regiones del Sacro Imperio Romano Germánico. Además, la obsesión de nuestro aventurero andaluz no era tanto ganar indulgencias y rendir culto a las reliquias, como aumentar su prestigio social y sublimar el carisma de la sangre azul mediante el viaje^.
A lo largo de la segunda mitad del Quattrocento, el género jerosolimiano contará con una producción cada vez más abundante y con contenidos paralelos, desde el Viaggio in Terrasanta di Santo Brasca en 1480 hasta la Pilgerreise von Constanz nach Jerusalem en 1486. De toda esta bibliografía palmera, uno de los títulos que sentará plaza en las bibliotecas humanistas será el Viaje de la Tierra Santa de Bernardo de Breydenbach, cuya edición bilingüe en alemán y latín del año 1486 conocerá numerosas traducciones en toda Europa. Al punto que un ejemplar del mismo obraba en poder de don Fadrique Enriquez de Ribera en su casa de Sevilla antes de iniciar su periplo a Jerusalén. En este éxito editorial influyó tanto la viveza de la crónica impresa como la belleza de los grabados, los cuales fueron hechos por mano del romero y pintor Erhard Reuwich, azuzando la curiosidad occidental por las panorámicas exóticas.
Además, la expedición de este canónigo de Maguncia, verificada entre 1483 y 1484, contará con la compañía de los caballeros Juan de Solms y Felipe de Bicken, y, a en Venecia, con la del dominico Felix Fabri, quien, a su vez, dejará apreciadas informaciones culturales del viaje en sus obras Evagatorium y Peregrino de Sion. En ambos casos, los peregrinos germanos no sólo marcharán en pos de la ansiada Palestina, sino que aprovecharán la ocasión para recorrer Arabia, el Sinai y Egipto, y aún el bueno del monje repetirá peregrinaciones a Roma y Santiago de Compostela^.
También de Centroeuropa procederán viajeros que recalan en los santuarios de las peregrinationes maiores movidos por los más variados intereses.
El mercader Peter Rindfleish marchará en 1496 a Jerusalén y en 1506 a Santiago combinando el precepto religioso con los asuntos comerciales. Hieronymus Münzer, cuando viaje a Italia en 1484, no dejará de visitar la Ciudad Eterna, y cuando lo haga a España en 1494 rendirá culto al apóstol Santiago. Y, en fin, Arnol von Harff caminará en 1496 a Tierra Santa y en 1498 a Compostela espoleado por la tradición nobiliaria, avidez cultural y nostalgia de latitudes orientales, que serán satisfechas mediante sus incursiones en tierras egipcíacas y turquescas.
En consecuencia, en los albores del Cinquecento los acicates de este flujo transeúnte a los Santos Lugares no sólo consistían en la recompensa piadosa de revivir la tradición pasionista de Cristo, ganar indulgencias en las sucesivas estaciones, venerar santos y cumplir promesas de fe. Sino que también estaban motivados por razones políticas y económicas, estratégicas y culturales, así como por el deseo de conocer de primera mano los pueblos exóticos de Oriente Próximo. Las peregrinaciones participaban del concepto renacentista de Ritterfahrt o viaje del caballero para recorrer países lejanos investido de espíritu aventurero. Pero con matices. Así, aunque a todos los santuarios podían concurrir fieles de distinta categoría social, la peregrinación a Santiago y a Roma será más abierta a las masas populares, mientras que la de Tierra Santa quedará reservada a la nobleza y la rica burguesía por el elevado coste del viaje, sin que falten personajes arrojados que se adentraban en territorio infiel a la buena ventura.
De resultas, en el siglo XVI la excursión penitente a la Ciudad Santa adolecerá de una acusada polarización social. Sólo será emprendida por una minoría rica, en su mayor parte aristocrática y burguesa, acompañada por una comitiva y dulcificada por las comodidades que se podían conseguir librando dineros. O bien por desarrapados buscavidas y errabundos que sobrevivían gracias a la limosna caritativa y a las tretas de la picaresca. De ello dará cuenta Miguel de Cervantes pasado el siglo, en su obra póstuma Los trabajos de Per siles y Sigismunda, donde da pábulo a la queja romera: «pero estoy mal con los malos peregrinos como son los que hacen granjeria de la santidad, y ganancia infame de la virtud loable; con aquellos, digo, que saltean la limosna de los verdaderos pobres. Y no digo más, aunque pudiera».
La peregrinación en el Renacimiento: El periplo de Don Fadrique Enriquez de Ribera En el Renacimiento, como va dicho, proliferan los diarios romeros. En tanto, las peregrinaciones suscitan una agria polémica confesional, acorde con una Europa desgarrada por las guerras de religión. Al tiempo, se redefinen las rutas, los vectores y las leyes de los viajes a Tierra Santa. Los peregrinos partirán de los distintos países y ciudades de la  cristiandad católica: Félix Fabri desde Ulm, Santo Brascha desde Milán y Pierre Barbatre desde Vernon lo harán en 1480; Bernardo de Breydenbach desde Maguncia en 1483; Fray Antonio de Lisboa desde Tomar en 1507; don Fadrique Enriquez de Ribera desde Bornes en 1518; Iñigo de Loyola desde Roma en 1523; Fray Antonio de Aranda desde Alcalá de Henares en 1529; Pedro Ordonez Ceballos desde Sevilla en 1565; Fray Pantaleao de Aveiro y fray Bonifacio de Ragusa desde la Santa Sede en 1566; Pedro Escobar Cabeça de Vaca desde Valladolid en 1586; Francisco Guerrero desde Sevilla en 1591; Juan Cerverio desde Canarias en 1595; Miquel Matas desde Cataluña en 1602…^. La mayoría combinarán un itinerario terrestre con un periplo marítimo por derrotas seguras para navegantes.
De manera que, desde los cuatro puntos cardinales de la Cristiandad, formando comitivas con otros romeros para mayor seguridad, los palmeros confluían en los puertos  mediterráneos de embarque hacia Levante. La Odisea al Paraíso, sin obviar su aderezo espiritual, se estaba convirtiendo en una excursión ociosa para privilegiados.
El aprendizaje nobiliario
Esta renovación de valores la encarna en primera persona la figura del Marqués de Tarifa. En el año del Señor de 1476, nacía en Sevilla el hijo primogénito de don Pedro Enriquez de Quiñónez y de doña Catalina de Ribera y Mendoza, bautizado como don Fadrique Enriquez de Ribera. El matrimonio había aliado a dos poderosos linajes sevillanos en un nuevo mayorazgo, en los que los monarcas delegaron su autoridad en la ciudad, al confiarles el cargo de Adelantados de Andalucía. De manera que su primogénito vino a sumarse a una laga lista de antepasados que desempeñaron altos cargos al servicio de la Corona de Castilla. Es por eso que en sus años de formación combinará las armas con las letras. La milicia, pues participó junto a su padre en las escaramuzas moriscas de la Axarquía malagueña, así como en las campañas de conquista del reino nazarí de Granada.
Y los libros, al recibir una formación humanista en la escuela para nobles que acababa de abrir en la Corte el preceptor Pedro Mártir de Anglería, quien fue el primero en hablarle del Renacimiento italiano. La combinación de herencias y títulos, propicia que, en 1505, don Fadrique reciba a la muerte de su madre uno de los mayores patrimonios de su tiempo, redondeados con la concesión de la Alcaldía Mayor de Sevilla por el rey don Fernando y de un amplio bulario por el papa Julio IL Es el tiempo en el que los cronistas loan a Sevilla como la «Nueva Roma» del Imperio español, adonde confluyen comerciantes y picaros,  cosmógrafos e impresores, artistas y literatos, para deslumhrarse con el reflejo de los metales preciosos llegados de Indias. En este hervidero cosmopolita, el futuro peregrino va pergeñando su aventura oriental, alimentado tanto por una atmósfera espiritual mesiánica, como por una febril vocación bibliófila. Los alicientes que unos años después le empujarán a transitar desde los países de España a los paisajes de Tierra Santa. Las andanzas que, fijadas en un diario miniado, nos legará como si se tratase de un portulano colorista del Mediterráneo.
Cuando don Fradrique inicia los preparativos de la expedición, ya había reunido en los cuarteles de su escudo heráldico una valiosa relación de bulas pontificias y títulos reales: Adelantado de Andalucía, Marqués de Tarifa, Alcalde Mayor de Sevilla y señor de Alcalá de los Gazules. Estas credenciales habían hecho de su Casa y vínculo uno de los más prestigiosos de la ciudad hispalense, reforzadas por sus excelentes relaciones con los Reyes Católicos y Carlos I, quienes le depararon el tratamiento familiar de «nuestro tío e primo». De ahí que dejase en manos de su hermano don Fernando Enriquez la administración de los asuntos materiales, mientras estuviese ausente, sin sospechar que éste hubiera de encabezar el partido imperial en la represión de los comuneros sevillanos.
CONTINUARÁ…

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